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Algunas cosas tienen alma.

Existe, en su proceso de desgaste, una franja de impunidad en que un aura fascinante las recubre. Y las protege de toda crítica. Incluídas aquellas que esgrimen carencias funcionales.

¿De qué se compone ese embrujo?

Porque antes quizá no llamaron mi atención. Y justo después ya estarán «demasiado» gastadas.

Pero en esa banda inconcreta de tiempo consiguen que fantasee con mil vidas posibles tras su piel.

Las imagino mucho más plenas y más profundas de lo que probablemente sean. O puede que hayan llegado a serlo.

Porque eso es la arquitectura: conseguir universos contenidos, dominar su producción.

Y puede que también lo sea el contemplar, tras su esplendor, su decadencia.

En algún punto intermedio se ha generado el embrujo. Que quizá, por otro lado, sea posible rehabilitar o producir intencionadamente de cero.

Pero me cuesta creer en la arquitectura que no refleja – o que pretende no reflejar – el paso del tiempo.